lunes, 28 de septiembre de 2009

Tan parecidos, Tan diferentes.

Si, No... ¡Si!... ¡No!
...

Sin inicios que recalcar, sin majestuosas presentaciones,
oraciones tontas, frases sin sentido y opiniones aleatorias.
De esa forma transcurre una rutinaria tarde de Septiembre,
nubes dispersas que pasean lentamente sobre los campos infinitos,
presas del calor, pero tan orgullosas para aceptarlo.
Las ramas de los árboles yacen estáticas, mientras personas buscan refugiarse del insoportable sol de mediodía.

Con un paso un poco apurado y con una forma de caminar tan distintiva como su extraña e impredecible personalidad, se acercaba y ya no había manera de evitarlo. No es que quisiera huir, pero es casi imposible reaccionar ante una mirada tan dulce e intimidante.

Totalmente desconocidos pero con la certeza efímera que tantas cosas en común opacaban cualquier rastro de dudas o reservas.
Como dos almas solitarias, incomprendidas y apartadas de la realidad a la que estaban sometidos, todo parecía una danza perfecta y coordinada aunque estuviera llena de tropiezos y sonrisas ocultas.

El tiempo por primera vez en mucho tiempo fluía de manera normal, dejando de lado su naturaleza torpe y apresurada. Sin muchos detalles o momentos memorables la tarde llegaba a su fin y con ella también terminaba dicha danza. Al menos eso pensé.

Con la mirada perdida, bajo la sombra de un gran árbol, contemplando aquel cielo tímido me di cuenta que aquella danza perfecta y sincronizada no había llegado a su fin, quizá aun no lo ha hecho. No lo sé.

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