jueves, 3 de septiembre de 2009

Encuentro fugaz.

Tímidos rayos de luz entraban por la ventana, anunciando un nuevo dia, como cualquier otro.
Al despertar, emocionado, el pequeño niño salió al patio de su casa, no sin antes tomar una servilleta en donde guardaba unas pequeñas semillas que habia recogido el dia anterior.
La tierra seguía húmeda por el rocío.

Y así comenzó a sembrar una por una, con sumo cuidado aun sin saber si lo hacia bien.
Algo llamó su atención, habia un pequeño tallo seco junto con el resto de semillas que aun no habia sembrado. Lo hizo a un lado y continuo.
Al haber terminado, limpió su cara con la manga de su camisa rasgada, al tomar la servilleta vió de nuevo el tallo; Sin darle importancia lo guardó en la bolsa de su pantalón.

Llegó la noche y la lluvia comenzaba a caer, se habia hecho tarde y el pequeño aun no regresaba de su trabajo. Se encontraba un poco lejos pero disfrutaba de cada gota de lluvia que mojaba su ropa vieja, limpiaba su rostro sucio y parecía lavar su condena.
Al llegar su casa habia desaparecido, la intensidad de la tormenta habia arrastrado aquellas cajas que servian de techo y muro para cubrir la desdicha de una joven alma.
Empapado aun por la lluvia, o quiza por su llanto, despertó a mitad de la noche, su mirada fija contemplaba insesantemente el cielo estrellado. Y asi se quedó hasta el amanecer.

Iniciaba un nuevo dia, de nuevo emocionado se levantó de golpe. Se dirigió hacia el lugar donde el dia anterior habia sembrado aquellas semillas. No quedaba ninguna.
Pensó buscar más y sembrarlas de nuevo, ahora más profundas. Buscó en su bolsillo la servilleta, que ya solo eran pequeños pedazos. El tallo seguía ahí.

Mientras su ropa permanecía tendida por todo el prado, a la espera que los rayos de sol la secaran, tomó el tallo y lo sembró en donde solia estar su vieja casa hecha de cajas.
Tal vez ese viejo tallo representaba su vida, tal vez solo lo hacia por simple afición y para aplacar un poco la soledad. Luego de cuidarlo un par de dias comenzó a notar algo diferente. Tenia vida.
Consumido cada vez más por el deseo de ver brotar una hermosa flor de lo que antes era un palo viejo y olvidado. Se descuido de todo a su alrededor. Sus preocupaciones diarias ya no eran conseguir comida para sobrevivir, solamente se concentraba en lo que ahora era una pequeña planta.

Pasaron los dias y el niño, cada vez más débil, no descuidaba su viejo tallo ni un segundo.
Era una tarde fria de esas en las cuales el viento es solo un jadeo del tiempo, cansado de tanto andar. El sol lentamente se ocultaba, al igual que la vida del niño.
La noche pasó lentamente, fue cálida y abrumadora. El cielo era un concierto de estrellas, la luna llena, su invitada especial.
Al amanecer el cuerpo del pequeño niño ya no estaba. Solamente una hermosa flor azul acompañaba el viejo campo vacio.
Una madre con su pequeña hija en brazos pasaban por el lugar. La niña, con sus grandes ojos, mejillas redondas y blancas como la nieve, vió la hermosa flor. Cautivada por la belleza, se sumergió en los recuerdos que esta guardaba en cada uno de sus pétalos. Ella y su madre continuaron su camino.

Pasaron asi 16 años, muchas cosas cambiaron. El prado seguía vacío.
Un grupo de jovenes pasaban por el lugar, entre ellos una preciosa señorita que timidamente dirigio su mirada hacia donde antes habia estado la hermosa flor azul. El tallo seco continuaba ahi, el viento rozó su bello rostro y jugó con su cabello, como agradeciendo algo.
Ella sonrió.

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