domingo, 13 de septiembre de 2009

Homónimos.

"Se escriben igual, su significado es diferente."
...

Caminando de regreso a mi casa, demasiado cansado como para levantar la mirada, contesté una llamada de quien menos esperaba. Número desconocido.
-¡Niño estoy en el centro comercial por tu casa!. ¡Me perdí!-
Sonriendo de manera sarcástica y sin pensarlo le dije: Ya llego entonces.
Aun sigo preguntándome por que no respondí de manera diferente. No me arrepiento.

Con tan solo 65 centavos en mi billetera, irónico nombre, decidí caminar hasta el lugar.
Al llegar sus primeras palabras fueron -Que hecho leña te ves- a partir de ese momento supe que había tomado una buena decisión.
Sin pensarlo tanto compré una bolsa con agua, la cual compartimos por culpa de la crisis y la platica continuó. Ahora solo tenía 40 centavos.

Al pasar varios minutos volteamos la vista hacia el cielo, que poco a poco se oscurecía. Y con mirada como quien pide clemencia se dirigió a mi con una voz aun más dulce. -No sé como llegar a mi casa y me da miedo irme sola.- De nuevo sin pensarlo le dije que la acompañaría.
Tomamos un bus que supuse que llegaría cerca de su casa y tenia exactamente solo 20 centavos para tomar el de regreso.
Luego de una larga plática y con la comodidad que supone un transporte público a las 5:30 de la tarde de un día viernes, delicadamente tomó el último sorbo de agua que aun quedaba en la bolsa, mientras desconcertado veía a través de la ventana que no estábamos tan cerca de su casa; No sabia adonde estábamos.
Ahora la risa sarcástica era de ella.

Entre risas y abriendo paso como podíamos, logramos salir del bus y nuevamente vimos el cielo, cada vez estaba más oscuro. Metió su mano a la cartera y sacó un puñado de monedas, aliviado pensé que solo debíamos tomar otro bus y llegaríamos a su casa. Solamente tenía 24 centavos.
Nos sentamos en una pequeña grada y no paramos de reírnos por mucho tiempo.

Improvisando caminos y adivinando direcciones por fin llegamos a un lugar que ambos conocíamos, 15 minutos después llegamos, por fin, a su casa.
Obviando detalles de cortesías y presentaciones, pidió las llaves del carro, recogió su pelo sutilmente y dijo: -¡vamos!.-
Sin preguntar, tal vez por el cansancio de tan largo día, la seguí.
Por un momento pensé que me iría a dejar a mi casa, pero cada minuto avanzábamos en dirección contraria.
Y fue una de las mejores cenas que he tenido.

Por fin frente a mi casa, nos despedimos, di media vuelta y sonreí, esta vez no de manera sarcástica. Tan solo 10 segundos después el celular comenzó a sonar, esta vez si conocía el numero y una dulce voz dijo con un tono muy alegre: -¡¡¡Qué se repita!!!-

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