jueves, 29 de julio de 2010

4 minutos de silencio.

En los que disfrutamos el coro de la felicidad.
...

Durante el estribo del camino más arduo,
rebozamos de gozo,
entre odas a la vida y llanto de destellos,
de brillos impresionantes.

4 minutos de sonidos interminables,
irrepetibles, sencillos e idílicos.
En esos en donde los acordes de tu voz
suelen rozar una nota celestial.

En donde la vida se detiene a escuchar,
simplemente a eso.
En donde nuestras almas vibran
al son del mismo compás.

4 minutos de silencio que parecen eternos.
En donde los jardines recrean la belleza de tu rostro
dibujada en pentagramas de colores.
En donde interpretamos esa canción de cuna para saciar el deseo de esta locura, que es amarte.

miércoles, 14 de julio de 2010

Con tus manos al cielo y los pies sobre la tierra.

El paraíso nunca ha estado tan cerca, tampoco tan lejos.
...

Bajo la sombra de un abedul contemplé el más grandioso cielo que jamás haya visto,
recorrí cada rincón de ese jardín escondido entre las espinas de la frialdad,
de la dureza endulzada con el manto de una sonrisa tan fuerte
como un golpe de sinceridad entre mares de mentiras.

Entre un par de manos encontré el resguardo cálido
para días con lluvia, para días de soledad.
Sin pensarlo, sin esperarlo,
así como hoy, así como siempre.

En salones de despilfarro anhelé encontrar esas palabras correctas,
las mismas que abren puertas hacia abismos,
o puentes vírgenes hacia valles de gozo, valles de olvido.

Sobre lazos de cordura me aferré como un niño anidando el temor,
como un cobarde callando a gritos los improbable,
lo imposible, lo inalcanzable.

Por momentos de sencillez comparé la realidad de una sonrisa
y la verdad de una caricia.
La razón de un sí contra la ventana de un tal vez.

Durante viajes al pasado comprendí que nada vale la pena,
nada importa, cuando no tienes nada que perder.
Cuando no tienes nada que perder, dejas de vivir.

Elevo mis manos como buscando el cielo.
Ese cielo perdido entre tus ojos, entre tu cabello al sol,
entre las caricias del amanecer junto al calor de los primeros destellos de felicidad.

Esos mismos que me mostraron todo lo que jamás soñé en dos segundos,
eso por lo que caí una y mil veces,
rendido ante la grandeza de un momento o simplemente mirando desde el otro lado de la puerta,
entre cosas espontáneas.

Porque entendí que eres la dueña de esa vieja mansión,
de ese viejo cuarto, el único con terraza y vista hacia el jardín de mi vida,
el jardín de mis momentos.

Y no importan mil y un dilemas, ríos secos, eventos consentidos,
serpientes o escaleras.
No importan las travesías inesperadas, las líneas trazadas ni tampoco las benditas odiseas
de un día cotidiano.

Porque no sé si tu, yo, si yo, tu.
Si escribo por delirios o por toques de sentido común.

Porque bajo la sombra de un viejo abedul me ahogué en tu mirada,
esa misma, color esmeralda, capaz de rehacer mi vida una y otra vez.
Que con una caricia juegas con el tiempo
y con tus labios juegas con todo mi ser.

Solo sé que mil palabras no bastaran hoy, no bastaran nunca,
para impregnar todo lo que he aprendido a tu lado,
todo lo que hemos vivido,
por lo que hemos reído o llorado, por lo que hemos caído
por lo que nos hemos levantado.

Porque nunca imaginé que un día como hoy cambiara el rumbo de mi barca,
diera sentido a mis diarios de navegación.
Porque me mostraste lo ideal, lo perfecto,
porque me enseñaste que al atardecer siempre hay un lugar en donde este errante puede descansar.

Porque me enseñaste que nunca, nadie, nada... Tan solo tú.